En la vejez, en el infierno, desde la amnesia. Conann (Françoise Brion) escucha el relato de su vida narrado por Rainer (Elina Löwensohn), el perro del inframundo, que la lleva a recordar desde su esclavitud en Sanja y su ascenso como bárbara, hasta su entrada en nuestro mundo rodeada de crueldad. Siempre con la muerte como compañera, Conann muestra la imposibilidad de vivir en un mundo donde cualquier destello de amor y armonía, se desvanece a manos de Rainer para recordarle, precisamente, dicha imposibilidad. Una imposibilidad que, en últimas, en lo más alto, en tu reino particular, se perpetuará sólo a través de la sangre derramada, de la carne ingerida, del legado.
Bertrand Mandico reformula la figura de Conann entre destellos, purpurina, violencia, sangre, amor, fuego, crueldad y muerte desde un punto de vista estrictamente conceptual y filosófico.
‘Conann’ debate sobre lo bello a través de la juventud y la vejez y, al mismo tiempo, utiliza estos últimos dos conceptos para conversar sobre la debilidad y la fortaleza. Y el director realiza dicha conversación con lx espectadorx desdibujando los límites: desde el escenario-decorados hasta los cuerpos que nos muestra —Rainer es un perro con cuerpo de humano—.
Y nos lo muestra con unos fotogramas oníricos, donde el color junto al blanco y negro se combinan para intensificar, precisamente, éstos. Mandico utiliza referencias pop —como ‘el almuerzo desnudo’— y cinematográficas —‘Titane’ de Julia Ducournau— para ensalzar la nueva mitología.
‘Conann’ es, en el fondo, un breviario de la nueva mitología que viene.

