’CUANDO ACECHA LA MALDAD’ O CÓMO GERMINA EN NOSOTRXS

La Argentina remota. Dos hermanos ven, a lo lejos y en medio de la noche, lo que parecen unos disparos. Al alba, se acercan a ver qué ocurrió: un hombre ha sido asesinado en brutales circunstancias. Junto al cadáver, descubren que está relacionado, de algún modo, con un mujer que malvive en una chabola. Al aproximarse allí, dicha mujer les cuenta que uno de sus hijos está enbichado, que las autoridades lo saben desde hace un año, que nadie ha hecho nada y que, como último recurso, había llamado a un curandero para lidiar con el mal que alberga su hijo. Junto al propietario de las tierras, y con miedo de perderlo todo, los dos hermanos deciden deshacerse del enbichado llevándolo bien lejos sin saber, en últimas, que esparcirán el mal. Cuando acecha la maldad, no hay lugar al que refugiarse.

Una maldad que empieza y germina en el campesinado, en los lugares remotos. Unos lugares donde las supersticiones y las creencias son más poderosas que la propia racionalización. Una racionalización que se les escapa a todxs, en aquella llanura, cuando el mal se desvanece pero, a la vez, ya está presente en todxs ellxs. Una espiral del mal, una persecución que lo infecta todo, que se presenta en cualquier situación o ser.

Demián Rugna crea una pieza audiovisual cruda con gran potencia en cada fotograma donde se debate la esencia misma de la creencia y el recorrido de ésta para que germine bien entre la población. ‘Cuando acecha la maldad’ pasa desde el campesinado hasta el pueblo y, del pueblo, a las creencias establecidas, desbancando la fe en un Dios que no es todopoderoso, como recuerda Mirta (Silvina Sabater), una médium desbancada por su propia fe católica que reconoce como un engaño que llevaba a cabo con su marido para sacar el demonio de aquel que lo necesitara. Creencias que, en éste caso, te acabarán comiendo —figurativa y literalmente—.

‘Cuando acecha la maldad’ es, en el fondo, una alegoría a la implementación de ideas políticas conservadoras que, como hábilmente muestra el director, germinan en nosotrxs antes incluso de que sepamos que ya están ahí, invadiendo nuestras realidades y modificándolas a su antojo. Tanto es así que, al final, el mal se instaura en una escuela, custodiada por niñxs que, como bien dice Mirta (Silvina Sabater), son uno de los principales atractivos para que el mal albergue y prolifere.

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