Patrullar San Michele Al Tagliamento. Cada día. Solo o acompañado. Por las calles del pueblo hasta la carretera provincial y, de ahí, vuelta a las calles. Hablar con lxs vecinxs, discutirse. Discutirse porqué tu jardín se ha vuelto una jungla amazónica que amenaza con destruir la casa del vecino. Ligar con la compañera de trabajo por el walkie talkie. Fumarse un cigarro con los operarios de limpieza del ayuntamiento. Esta es la vida de Gigi (Pier Luigi Mecchia). Vida que un día se ve alterada cuando un joven en bicicleta, junto a las vías, le dice que le parece que hay un cuerpo de una joven sobre ellas. De ahí, que investigue, a su manera, por qué hay tantos suicidios en las vías del tren y, en consecuencia, que empiece a obsesionarse con Tomaso, el chico de la bicicleta, para ver su posible implicación. Una implicación inexistente pero que para Gigi será ley. Esto es, cómo no, ‘Gigi la legge’.
Una ley que en este pueblo del Véneto parece estar en una continua discusión entre Gigi y sus habitantes. Unxs habitantes que pasean por la vida y por el pueblo en una cotidianidad alterada por los hechos más mundanos que tratan de romperla. Hechos en los que Gigi, para romper dicha tensa calma, es participe con su presencia. Una presencia que parece extenderse incluso cuando él no está, como si de un fantasma se tratase. Fantasma que, por otro lado, no existe para lxs habitantes ya que no creen dichas historias de fantasmas.
Alessandro Comodin dirige este film donde, subidos con Gigi en el coche patrulla, no llegamos a ninguna parte. Un lugar interesante donde llegar por la mundanidad de éste y, lo más importante, por el sentido con el que la abordamos. La extrañeza y lo sorprendente puede existir en cualquier lugar, en cualquier situación.

