A todxs nos conforman nuestros traumas, nos persiguen, nos configuran, nos presentan ante nosotrxs mismxs y nuestras situaciones. Como ‘El vampiro’ de Edvard Munch, nos abrazan, nos arropan mientras, en ese abrazo oscuro y tenebroso, nos va chupando la sangre, la fuerza, la vida. Una vida que, en un idílico barrio del Quebec, se les torció a la familia Larouche una noche de hace unos 30 años, por allá en Octubre de 1991, y que ahora, en el funeral de la matriarca, se verán reunidxs los cuatro hermanos para intentar lidiar con el abrazo vampírico de los traumas que se vislumbraron aquella noche.
Una noche donde Mimi (Julie LeBreton), Julien (Patrick Hivon) y Laurier Gaudreault (Pier-Gabriel Lajoie) tuvieron un desencuentro que desencadenó en una agresión sexual. Agresión que separaría a lxs tres amigxs para siempre y les configuraría su tiempo, en aquel entonces, y su adultez en el ahora. Una configuración que alejaría a Mimi de Quebec y la guiaría hacia Montreal, con adicciones al alcohol e inclinaciones hacia prácticas BDSM. Una noche que haría que Julien abusara de substancias ilícitas para evadirse, llevándolo a una sobredosis y, posteriormente, a la sobriedad para recuperar su vida. Una vida en la que, ahora, no parece ni muy cómodo ni muy feliz. Y Laurier se vería obligado a dejar Quebec, a esfumarse, a desaparecer.
Pero 30 años después, aparece una caja metálica roja el día en que Madeleine Larouche (Anne Dorval) fallece. Un fallecimiento que sacará a la luz la verdad. Una verdad que, como el sol, lo ilumina todo pero, a la vez, no se deja mirar directamente. Una verdad que incurre a lxs cuatro hermanxs desde sus miserables vidas. Unas vidas que Xavier Dolan nos las plantea desde lo público, lo aceptado socialmente y, a la vez, lo oscuro, lo que hay detrás de esos seres atrapados en una caída hacia el infierno. Un infierno que parece estar ya entre ellxs y que se acentúa cuando Mimi, tanatopractora de éxito, regresa a Quebec para cumplir el último deseo de su madre: que ella la embalsame para su funeral.
Infierno que el director refleja muy bien en unos espacios interiores con unos halos de luces tenebrosos y unos diálogos afinados. Lo que plantea ‘La noche que Logan despertó’ es qué pasa cuando sólo el odio es lo que te une y lo que te significa como persona. Plantea la invasión de unos demonios que cada vez están más presentes y que motivan la necesidad de autodestrucción para lidiar con el odio que constituye tu persona. Una invasión que, cada vez más, vemos en todos los ámbitos: desde lo político hasta lo estético.
El director incluso, con esta obra teatral adaptada en formato serie, va más allá interrogándonos qué pasa si, aunque hagas algo malo, nadie se entera: la maldad existe sólo cuando es evidente? Cuando es nombrada, representada y relatada? O es algo intrínseco en nosotrxs?
De ahí parte la serie: En la escena inicial vemos como un chico joven asiático recibe una paliza por varios hombres encapuchados delante del ayuntamiento donde ondea una bandera LGTBIQA+ a la que, los mismos individuos, han prendido fuego. Una vecina que lo ve todo decide llamar a la policía y, al ver la bandera arder, sorprendida y aterrorizada, se le desprende el teléfono de su mano. El pánico la ha invadido.

