‘Cerrar los ojos’. Cerrarlos e imaginar lo que pudo haber sido. Una película jamás acabada, una historia jamás contada. Un vacío. Como el tiempo que separa el rodaje de la última película de Miguel Garay (Manolo Solo), donde desapareció Julio Arenas (José Coronado) al borde de un acantilado y del cual nunca se encontró su cuerpo, y el programa donde pretenden resolver dicho misterio. Un misterio que vuelve a la actualidad con imágenes exclusivas del rodaje y con una entrevista al director. Un director que se sostiene cerrando los ojos, recordando y, a la vez, abriendo la memoria cuál laberinto mentiroso y embaucador así como revelador.
Una revelación que lo aproxima de nuevo al cine, a la cámara, a lo grabado y lo recordado, su pasado. Un pasado que, en aquella chabola en la costa almeriense, parece desvanecerse pero que, de vuelta a Madrid, se reaviva. Un juego de identidad, de cine, de espejos, de lo figurativo y lo explícito en la persona.
Víctor Erice realiza una película donde vemos el juego de la identidad en el ámbito social. Juega con los nombres —aquellos asignados al nacer y aquellos adquiridos en el tiempo—, juega con quiénes somos —tanto para nosotrxs mismxs como para lxs demás— y juega con la memoria y los sentimientos, el impulso.
Y el director conjuga todo eso en el ejercicio de hacer cine y de verlo. Lo conjuga como un reflejo de la realidad —una imitación de ésta— pero, a la vez, como una realidad paralela donde cuestionarse si ésta es capaz de devolvernos a nosotrxs mismxs.
‘Cerrar los ojos’ es, a pesar de un final que puede parecer apresurado, una dedicatoria al cine como refugio y como liberación, como perdición y, a la vez, identidad.

