Marina (Rocío Stellato) se desvanece. De la noche a la mañana, su rostro se deforma, se hincha y se desinfla en una imagen que el espejo le devuelve y que es incomprensible para ella. Aislada de sí misma, intenta buscar qué, a sus 30 años, le ha ocurrido. Como una maldición dictada por lxs diosxs, al perder el rostro, pierde su identidad, su esencia, aquello que para sí misma y en relación a lxs demás le construía. Una construcción identitaria extracorpórea sin un ancla donde enhebrar la nueva. El mito de la medusa en la contemporaneidad. ‘El rostro de la medusa’ transformado por los dictámenes modernos.
Unos dictámenes soportados por el propio ser, por reconocerse, por lo característico de la belleza. Una belleza mercantilizable, desde para lxs médicos que la examinan hasta en el mundo laboral, pasando por el mundo online y llegando a la respuesta que te devuelve tu entorno más próximo.
Un entorno que es capaz de construir más sobre nosotrxs que nosotrxs mismxs. Un entorno que describe nuestras formas de actuación y que, a veces, exageramos con tal de llevar la performance más allá, de un alcance más extensible como, quizás, el que nos da el mundo online.
Desde el mundo offline, Marina creyéndose perdida en su identidad es, en sí misma, su propia identidad desprendida de aquello asignado. Es lo que queda si nos desprendemos de una corporeidad limitante. Incorporando una nueva, sí, pero ajena. Y con la opción de aceptarla o no, desde el lugar conocido.
Melisa Liebenthal nos pone delante un espejo que no devuelve un reflejo, devuelve varias preguntas. Preguntas que, cada unx, debe responderse a sí mismx con tal de buscar —y en la mayoría de casos sin encontrar— la identidad que nos presuponemos. Y la directora lo hace desde una perspectiva cómica e ingeniosa.
‘El rostro de la medusa’ es una película—concepto accesible, como diálogo, para todxs.

