’PRISCILLA’ O CÓMO CONTAR UNA (ANTI)HISTORIA DE AMOR

Priscilla Beaulieu (Cailee Spaeny) reside en Alemania, en un residencia para militares donde su padre trabaja como coronel. La segunda guerra mundial acaba de finalizar y el país está asentándose. Priscilla, una adolescente rodeada de militares, es invitada a una fiesta por uno de ellos. Tras convencer a sus padres, asiste a dicha fiesta. Fiesta donde conocerá a Elvis Presley (Jacob Elordi). Un Elvis que nada tiene que ver con el de los movimientos de caderas, las revistas y los discos. Un Elvis dulce, amable, atento, que queda prendido de ella. Y ella, Priscilla, fascinada por él.

Una fascinación que, después de algunos años distanciados, se hará factible en Graceland (Memphis), cuando ella se mude allí con la promesa de finalizar el bachillerato pero dandolo todo a la relación con él. Una relación que pasa por los altos y bajos de la estrella del rock pero, sobretodo, pasa por el propio proceso de Priscilla; aquel que la lleva de adolescente a mujer. Un proceso vital de autovaloración, de lidiar con el amor, de ponerse ella primero, de rescatarse a sí misma.

Y Sophia Coppola nos muestre dicho proceso vital sutilmente, encuadrando en el frame momentos de complicidad, de amor y de cariño contrapuestos con momentos de desarraigo y pérdida. Unos momentos que no profundizan en los personajes porqué ya son definitorios del estado en el que se encuentran. La directora es capaz de situarnos en ellxs siempre desde un estado omnipresente. Momentos cartografiados con una bella escenografía y teñidos por una penumbra sórdida.

‘Priscilla’, basado en el libro ‘Elvis and me: the true story of the love between Priscilla Presley and the king of rock’n’roll’, es la historia de un matrimonio singular. Es la historia de la otra cara del rey del rock, de lxs que están, lxs que hay detrás, lxs que tienen algo que decir. Es la historia de Priscilla que, de la mano de Coppola, decide contárnosla.

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