El amor terrible de una madre, el desprecio de una hija. Un verano en el pueblo, de vuelta. Teresa (María Vázquez) se queda sin ir a Massachussets a ver a su amor a distancia. Se queda para cuidar de su madre, Ani (Adriana Ozores), la cual ha sufrido un pequeño accidente que la ha dejado inhabilitada para cuidar de su casa, su perro, su jardín y su huerto. Una vuelta, la de la hija, que les llevará a una confrontación con la madre. Confrontaciones que, desde las similitudes sugeridas, se situarán desde la visión generacional, resguardándose en ‘los pequeños amores’. Unos amores que, en la cotidianidad y en el hacer, se verán entrelazados, sincerados.
Unos amores, los que se muestran madre e hija, que expresan las diferencias de aprehender el mundo desde un punto de vista generacional pero, a la vez, las similitudes que hay justo en la manera en que aprehendemos precisamente éste. Aunque queramos, la herencia cultural la reproducimos porque es inherte a nosotrxs pero, a la vez, la voluntad de poner una marca diferencial creemos que modifican nuestros planteamientos.
Así, cuando tu madre te dice que las sartenes se friegan a mano y no en el lavavajillas le sigues el punto pero, también, cuando os contáis la soledad que sentís -la madre por ser viuda y la hija por su amor en la distancia- hay un estado existente individual que sirve como conexión entre ambas, relegando la herencia cultural a una interactuación social entre ellas.
Precisamente eso son ‘los pequeños amores’: esas pequeñas contradicciones entre lo que se es y lo que se supone que nos precede cuando lo ponemos en común, como hacen Teresa y Ani. Una interactuación que se ve necesaria y que nos sitúa en el mundo conducidas por lo pasado, por las ilusiones perdidas, por un futuro incierto y por el presente.
Celia Rico Clavellino realiza una película sobre la más simple de las interactuaciones sociales y, a la vez, es capaz de mostrarnos todas las complejidades que dicha interactuación conlleva.

