Reformular. Adaptar las cosas a nuestros tiempos, volverlo contemporáneo. Benjamin Millepied readapta la ópera de Georges Bizet ‘Carmen’. La sitúa en la frontera entre México y EE.UU. donde la libertad de unx brilla por su ausencia. Una ausencia que el ex marine Aidan (Paul Mescal) intenta que persista mientras que Carmen (Melissa Barrera) prueba a alcanzar a toda costa, obligada a huir de su casa por los cárteles. Pero sus caminos se cruzan en una huida hacia delante donde sólo el baile, lxs chamanes contemporáneos y la renuncia al amor romántico lxs salvarán.
Un baile que sirve como sanación pero, a la vez, como la confrontación de los cuerpos, de la violencia intrínseca en esa búsqueda de la libertad. Una libertad que viene siempre precedida de nuestros orígenes y, a la vez, de nuestra no pertenencia a ninguna parte. Porque, ‘de lo que huyes, lo acabaras encontrando. Vayas donde vayas’.
Un encuentro que Masilda (Rossy de Palma) lo esperaba, lo conocía. En su bar, lugar inconexo y límbico terrenal, donde se reúnen en una ceremonia chamánica cada noche aquellxs que no pertenecen a ningún lugar pero cuentan con unos orígenes. Una especie de liturgia donde, en el baile, en el trance corporal que conlleva, se dan todas aquellas conjunciones que atraviesan a Carmen. Se da la vida y también la muerte. Vida y muerte que Aidan ve en los destellos del desierto, en otro chamán que se le presenta en su huida. Una presentación que le llevará ante la renuncia al amor por Carmen, lo llevará a danzar por última vez.
Un amor romántico que se releva por la libertad. Una libertad que nunca llega, que se ve aterrizada en el lugar que ocupamos aunque no pertenezcamos a él. Un amor que no nos salvará. Una libertad que nunca llegará.
El flamenco, lo indígena, las fronteras, sobrepasarlas, la corporeidad, el movimiento, la no pertenencia a ningún lado. ‘Carmen’, la ópera, se vería hoy así.

