’BODY ODYSSEY’ O CÓMO LA ARTIFICIALIDAD NOS ARRASTRA A NUESTRA NATURALEZA

El culto al cuerpo. Diosas griegas que reflejan la divinidad de la carne, en la tierra. La búsqueda de la perfección en lo físico, en lo terrenal. Mona (Jacqueline Fuchs) lo expresa a través de su cuerpo, de su músculo, de una forma. Una forma, la búsqueda de dicha perfección, que la lleva cada día a entrenar más, a superarse más, a exponerse más, a la misoginia que también la rodea como cuerpo escultórico y a esculpir que la ocupa. Junto a su pareja, que le abrirá las puertas para descender al infierno. Un infierno en el que se introducirá a través de inyecciones de anabolizantes. Una odisea entre lo natural y lo artificial que la invade. Una ‘body odyssey’.

Una naturalidad y artificialidad que convergen en el mismo cuerpo, que atrae y que repulsa, que la subyuga a un patriarcado con doble moral. Una naturalidad que se persigue en el culturismo pero que se ve contaminada por la mano del hombre, como el lago vecino a su casa, donde cada vez hay más acidificación.

Una acidez que, cuando atravesamos los túneles oscuros guiados por una voz aguda, nos lleva a la locura que puede suponer el ansia de alcanzar una perfección dominada por un patriarcado. Una voz que va invadiendo la mente de Mona (Jacqueline Fuchs) hasta llevarla a una locura donde la mímesis, precisamente, con lo natural, con el lago, la sitúa desde su cuerpo artificial en sinfonía con aquello natural, aquello natural que ha sido alterado severamente por el hombre, sin respetar su propia esencia, la esencia de Mona.

Grazia Tricarico, con la colaboración en el guión de Giulio Rizzo y Marco Morana, realiza una opera prima con toques arty en la dirección de fotografía y con un diálogo perfecto entre naturaleza y artificialidad, naturaleza y cultura y, en últimas, la afectación de esta última sobre la primera siempre con lo que supone la implicación de la mano del hombre.

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