’FLOW, UN MUNDO QUE SALVAR’ O CÓMO NOS NARRAN LOS FOTOGRAMAS

Un mundo lleno de naturaleza, donde los humanos se han extinguido, y todo se dicta por una aparente simbiosis, un gato intenta sobrevivir. En su supervivencia, en la casa abandonada donde duerme, en el bosque que habita, y en su solitaria existencia, una riada inundará su pequeño mundo llevándolo a una barca con otros animales que han sobrevivido a dicho entorno anegado de agua. Un pequeño mundo, el de la barca, donde el gato tendrá que lidiar con sus miedos, no sólo al agua que lo invade todo, sino con la relación con su entorno. Un entorno que se ha visto muy estrechado, que se ha evidenciado más la necesidad de las interrelaciones con quien lo habita. ‘Flow, un mundo que salvar’. Un mundo cambiante, donde la adaptación con la cooperación guía la nueva simbiosis.

Una simbiosis, una readaptación que Gints Zilbalodis deja claro desde el principio, pues el mensaje se transmite desde el primer fotograma con nitidez. Una nitidez eficaz que, junto al mundo visual que elabora, se percibe agradable, armonico, bonito. Un mundo visual complejo que el director realiza, en su opera prima, con un trazo simple y que contrasta con la cantidad de recursos visuales que es capaz de combinar durante el metraje.

Dicha combinación visual hace, precisamente, que deslumbremos un guión muy sólido con aquello que las imágenes nos quieren narrar. Es en dicha combinación donde el mensaje de cooperación, unión y adaptación al medio -por mucho que este medio cambie- queda evidenciado y, a la vez, perfilado durante todo el film.

‘Flow, un mundo que salvar’ podría tener dos lecturas: la primera más religiosa, emparentando la barca que salva a los animales de nuestra aventura con la barca de Noé. O, por el contrario, podría tener una lectura Darwiniana: la adaptación al medio y la posterior cooperación entre especies son las que guían la simbiosis natural.

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