Durante la posguerra, en un pueblo valenciano, Ana (Loreto Mauleón) intenta sobrevivir junto a su marido Tomás (Roger Casamajor), su hija Anita (Sofía Puerta), y su suegra (Teresa Lozano). La escacez de recursos y el terror de la guerra civil ha dejado heridas en todxs ellxs, sobretodo desde que su cuñado Antonio (Enric Auquer Sardà) desapareció. En la desolación, Ana intenta, a través del gesto, de la repetición y de lo cotidiano, establecer una aparente calma. Calma que se ve disrupta por el retorno de su cuñado Antonio. Un retorno que, junto a su recién casada Isabel (Ana Rujas), trastocará todos los cimientos que Ana está probando a establecer en un terreno inestable donde todo parece volátil. ‘La buena letra’ en la vida, a veces, parece que no tiene entendimiento.
Es en ese entendimiento, en ese hacer guiado por la supervivencia en un panorama desolador, donde el gesto y la repetición de éste no bastan. No bastan porqué todo parece volátil, que se escurre entre las manos que, precisamente, realizan dicho gesto, esquematizando dicha realidad. Una realidad que Ana, su marido Tomás y Antonio no son capaces de llevarla sino que circulan por ella en ese pequeño pueblo valenciano de la posguerra. Hasta que Isabel (Ana Rujas) quebranta la circulación de lxs tres. Y la quebranta porque su herida es otra. Es una herida que no ha sufrido la guerra pero sí el exilio, la omisión de lo ocurrido en su país mientras estaba en Londres. Un Londres donde, finalmente, confiesa que tuvo que, también, sobrevivir como sirvienta de una familia adinerada y tirana con ella.
Celia Rico adapta la novela de Rafael Chirbes en un film donde la repetición del gesto dibuja una cotidianidad que te demole. Y te demole no por lo que se dice sino por lo que se calla. Unos silencios que son gritos muy altos de los personajes. Personajes que se mueven por unas tierras movedizas en una realidad que los atraviesa frontalmente, sin miramientos.
‘La buena letra’ es una carta fílmica bien escrita sobre aquello necesario e invisible a nuestros ojos.

