La desaparición de lo establecido, la aparición de aquello indeseado. Un padre (Benedict Cumberbatch) y sus dos hijos (Henry Boxall y Richard Boxall) acuden al entierro de su madre. Una madre que se desvaneció, dejándolos en otro plano, otro contexto. Un contexto donde afrontar, en conjunto y en solitario, la modificación que supone la desaparición de un ser cotidiano y, por ende, la aparición de aquello que tememos en consecuencia: el duelo, ’The thing with feathers’ o algo peor. Una oscuridad que lo invade todo, nos modifica, nos cambia el cuerpo, el gesto, la actitud, nos hunde la moral y nos controla la ética.
Un control que parece que, con la desaparición en este plano de un ser querido, obedezca a otro ser. Un ser que, como el papá (Benedict Cumberbatch), es creación propia e invasión ajena. Es un ser que vemos en las esquinas de nuestra oscuridad, donde aprovecha cada minuto para intrincarse en nosotrxs. En nosotrxs y en nuestros dos hijos. Y lo hace porque desarrollamos una relación propia con éste. Aunque a veces, como vemos en pantalla, dicha relación parezca obedecer más a la simple forma que a la implicación que tiene en nuestras relaciones familiares.
Dylan Southern adapta la novela de Max Porter. Y lo hace destacando, sobre todo, las formas. Unas formas claustrofóbicas, donde el gesto de Benedict Cumberbatch, junto al cuervo antropomorfo, parecen dibujar un baile entorno al duelo donde la sincronizidad de ambos nos dibujan unos caminos oscuros que, aunque lo relacional queda bastante subrayado, nos recorren de una forma atrayente y peligrosa. Tan peligrosa que nos puede conducir a algo peor.
El acierto en ‘The thing with feathers’ es mostrar dicho baile gestual con el monstruo desde una perspectiva capitular, donde lo que compone el llamado ‘hogar’, desmembra su visión propia llevando a lx espectadorx a ver dicho baile en detalle y de modo general.

