’LE OTTO MONTAGNE’, LA AMISTAD, EL TIEMPO, LA NATURALEZA Y LO QUE PODRÍA HABER SIDO

Un ir y venir. Desde el centro o desde la periferia. Desde la ciudad al campo y del campo a la ciudad. Todo circular, todo engranado. Como la amistad entre Pietro (Luca Marinelli) y Bruno (Alessandro Borghi) forjada, desde la infancia, en las remotas montañas italianas. Una amistad que se ve separada por la insistencia de los padres de Pietro de llevar a Bruno a Torino con ellxs para que tenga acceso a una educación escolar. Educación que, para él, nunca llega más allá de la montaña, obligado a ser albañil por su tío y separarlo de Pietro en ese verano en que comparten, estrechan lazos. Unos lazos que se irán cosiendo con el pasar de los años fuera y en la montaña, a distancia y en la cercanía pero, sobretodo, cuando el padre de Pietro (Luca Marinelli) muera. Una muerte que les unirá, aun más, en el último deseo del difunto, descubriendo, sobre esas cimas, la verdadera amistad si importar si estas en el centro o moviéndote por ‘le otto montagne’.

Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, junto a Paolo Cognetti, construyen un guión adaptado de la novela de éste último, donde se entrelazan los cuatro pilares principales: la amistad, el tiempo, el qué hubiera sido si…, y la naturaleza —aquella que nos envuelve pero también lo que somos—.

Una amistad que perdura en el tiempo precisamente por aquello que cada uno es y por lo que el tiempo mismo les condujo. Una conducción vital que nos arrastra a lo que hubiera sido y no lo es, a aquello que vuela en la construcción mental y que, a la vez, les devuelve al tiempo presente por lo que son, transformándolos. Como la naturaleza que los envuelve y que dicta sus encuentros. Esos encuentros en verano en el refugio, su refugio, cuando la nieve está desecha.

‘Le otto montagne’ es una muy buena radiografía de una amistad. Un lugar donde, posiblemente, hayamos estado.

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