‘EL CHICO Y LA GARZA’ O CÓMO MORIR EN EL DUELO PARA RENACER

La guerra del pacífico. Japón se enfrenta a fuerzas y armas nunca conocidas. Mahito (Soma Santoki), un adolescente, se despierta en medio de la noche por un incendio. Una bomba ha caído en el hospital donde trabaja su madre, matándola. Año 1939, Mahito deja Tokyo y se muda con su padre y la nueva mujer de éste. Mujer que espera un hijo. Adaptarse allí, de nuevo, sin su madre, entre lxs campesinxs, le resulta más que difícil. Una dificultad que se agrava cuando una garza real (Masaki Suda) le recuerda constantemente que su madre está viva, en alguna otra parte. Una parte, la que habita ahora Mahito, donde descubrirá una torre abandonada que, junto a la garza, su empeño por encontrar a su madre y afrontar la nueva situación, lo llevará a enterrarse en el duelo, a descubrir su papel y a renacer en sí mismo. ‘El chico y la garza’ es un camino psicológico particular para, desde el dolor, poder afrontar el presente que nos acaece.

Lo último de Hayao Miyazaki, basado en el libro ‘¿Cómo vives?’ de Yoshino Genzaburo, muestra los infiernos de la muerte para quien se queda en este plano terrenal, ésta como única constante en nuestras vidas, y un modo de afrontarla que pasa por desarticular todo nuestro universo para, precisamente, recomponerlo de nuevo —he aquí la composición muy cuidada de elementos fantásticos y realistas pero también la propia composición que debe hacer Mahito—.

Y el director lo hace de forma detallista nombrando sus anteriores creaciones audiovisuales: pasando por referencias de ‘El castillo ambulante’ y ‘Ponyo en el acantilado’ hasta ‘El viaje de Chihiro’, que cualquier seguidor reconocerá al instante.

Lo maravilloso aquí es la carga sentimental que contiene cada fotograma y, cuando contamos con más elementos fantásticos, más carga emotiva podemos hallar.

Pero si hay algo que cala en ‘El chico y la garza’, es el modo en que nos relacionamos con la vida y, per se, con la muerte desde la adolescencia hasta que nos llega.

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