’LA IMATGE PERMANENT’ O CÓMO DESENFOCARSE

Sur de España. La posguerra. Antonia (Saraida Llamas) es una preadolescente de 12 años embarazada. Sobrevive, en un ambiente hostil, gracias a su humor refinado, su sinceridad y a la virgen de Bayer. Una noche, después de dar a luz, se desvanece. Cincuenta años después, Carmen (María Luengo), que vive en una ciudad del norte de la península, trabaja como directora de casting. Algo introvertida y persona solitaria, su próximo casting se centra en la búsqueda de personas que relaten sus procesos de migración interna en España. En esa búsqueda conoce a Antonia (Rosario Ortega), una vendedora ambulante de perfumes. Pero, al mismo tiempo, también conocerá la imagen que le devuelve ella. Una imagen permanente, que puede —o debe (?)— desvanecerse.

Una imagen cotidiana, que vemos cada día reflejada en el espejo al levantarnos pero, también, en los actos repetitivos de la vida: buscar a gente, reuniones con la directora y lxs clientxs, desayunar el bocata y la coca-cola de siempre en el bar. Un ciclo que parece infinito y que no nos devuelve nada.

Un ciclo ordinario que Carmen (María Luengo) ve alterado cuando conoce a Antonia (Rosario Ortega). Lo ve alterado en cuanto ve un espejo metafórico donde se le reflejan ciertas cosas pero que no logra ver porqué la imagen no es estática, no es permanente.

Laura Ferrés, junto a Carlos Vermut y Ulises Porra, dibuja un guión donde lo ordinario tiene capacidad de ser extra-ordinario sin perder su forma, su fuerza. Una historia dramática desde el humor, desde la supervivencia que nos brinda éste.

‘La imatge permanent’ es desde el humor, mirar el drama. Desde la oscuridad, dar un poco de luz.

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