’CAÍDA LIBRE’ O CÓMO LA INSEGUIRIDAD PUEDE CONVERTIRSE EN TU GUÍA VITAL

Levantarse, asearse, maquillarse, vestirse e ir al centro de alto rendimiento donde entrenas a las futuras posibles campeonas de gimnasia rítmica. Así es la vida de Marisol (Belén Rueda). Una vida, junto a Octavio (Ilay Kurelovic), dominada por la perfección. Perfección en el gesto, en los movimientos, sobre el tapiz. Perfección que busca sin cesar en Angélica (Mariia Netravrovna) la futura promesa de su gimnasio para conseguir el oro en las olimpiadas. Un oro que se desvanece cuando Marisol descubre, por casualidad, que Octavio va a ser padre con su amante Raquel (Manuela Vellés). Una casualidad que, poco a poco, le irá borrando el maquillaje de su vida, hará que afloren aún más sus inseguridades. La llevará a una ‘caída libre’.

Una caída donde el mostrarse fuerte es señal de debilidad. Una debilidad cimentada en las inseguridades que rodean a Marisol y que refleja en sus alumnas. Alumnas que reciben un desprecio, e incluso maltrato, en nombre de un gesto perfecto inexistente.

Unos gestos, los tomados por Marisol, que la llevan a la incertidumbre, la inestabilidad, la duda. La llevan a fundamentar su trayectoria vital en aquel hecho que la convirtió en entrenadora, en la competición más voraz y, como resultado, la inseguridad precisamente de sus gestos.

Una inseguridad que, marcada también por la edad, dibuja una coraza envuelta en una competición concurrente y ambiental como guía vital que la lleva, en últimas, a una autodestrucción. Una autodestrucción para ir sacando las capas que, frente a ese mundo que es la competición olímpica, se ha visto obligada a ponerse. Desde un gorro de visón hasta el maquillaje que la enfunda para ser una entrenadora implacable.

Laura Jou dibuja un retrato de la inseguridad en la edad madura donde parece que todo se desmorona, y donde muestra las corazas que, a veces, nos vemos obligadxs a llevar en ciertos entornos en nombre de la profesionalidad disfrazada de competitividad.

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