Edward (Sebastian Stan) es un neoyorquino que aspira a ser actor. Sobrevive a base de actuar en comerciales. Comerciales alienantes que sólo hacen que alzar su peculiar rostro. Un rostro que, en su visión particular, le impide realizar su sueño: ser actor. Para ello, se somete a un tratamiento médico experimental que normativizará su aspecto. Un aspecto, una normalidad, que lo devolverá a los márgenes donde creía residir cuando se entere que su antigua vecina Ingrid (Renate Reinsve), aspirante a dramaturga, está realizando una obra teatral basada en su vida. Obra teatral en la que, desde su presente normativizado, Edward, llamado ahora Guy Moratz (Sebastian Stan), protagoniza el papel principal. Papel que le es arrebatado, en últimas, por ‘A different man’. Un hombre que, en su pasado, era fisicamente igual que él, pero no en actitud.
Una actitud que lleva a Guy a odiarse en lo normal pero a sentir la alienación en la diferencia. Unos extremos que no impiden que se sienta en los márgenes sociales. Unos márgenes que se van configurando más con la inserción en el sistema, en el centro, sin estar tan relacionados con lo físico, pero sí con la apariencia, como Oswald (Adam Pearson). Oswald representa la diferencia aceptada por el sistema, por el centro. Es esa diferencia la que el propio sistema se apropia para mostrar lo diverso y lo inclusivo que es pero que en el fondo es un refuerzo de las estructuras.
Estructuras que vemos como se van sobreponiendo, fusionando, en la última parte del film, donde lo normativizado y aquello diferente se dialogan desde posiciones que no son las usuales. Y, para ello, Aaron Schimberg elabora un juego metafílmico en el que obra de teatro, personajes interpretados, personas, ocupación social, aceptación y actitud juegan a seducirnos y, a la vez, a confundirnos.
‘A different man’ es una película sobre el cambio inexistente, sobre cómo permeamos esta existencia nuestra desde lo mismo, poniendo en duda las capas que nos envuelven. Unas capas que, en lo social, nos sitúan en el centro o en los márgenes y que, en últimas, pasa por una relación insana con la fisicidad que es, en el fondo, nuestra presunta representación en sociedad.

