Todxs estamos situados en nuestra zona de confort. Situados en estar cubiertos, materialmente hablando. Ir al supermercado y tener la oportunidad de escoger lo que nos plazca para comer. Abrir el grifo de la ducha, antes de ir a trabajar, y poder darnos un baño de agua caliente relajante o uno de agua fría para espabilarnos. Una elección que, en un futuro cercano, no será elección. Unas elecciones, en un futuro cercano, que situaran un régimen autoritario al frente, en la India.
En un futuro próximo, Shalini (Huma Qureshi) vive en la zona acomodada de la India, con su hija Leila (Leysha Mange) y su marido (Rahul Khanna). Con una casa con todo tipo de comodidades. Y con aire y agua limpios, cristalinos. Bienes preciados no accesibles para toda la población. Un día su hija es arrancada de sus brazos, su marido asesinado y Shalini enviada a un campo de pureza. Un régimen, el de Aryavarta, surgido para proteger la zona de confort de algunos. Una búsqueda, la de Shalini para reunirse con su hija de nuevo, fuera de su zona de confort.
Las castas es un sistema de estratificación social que se llevó a cabo en la India a través del hinduismo. Éstas consistían en la clasificación de las personas según, místicamente, la parte del cuerpo de la que habían sido creadas. Esto permitía una destinación de éstas preexistentes a ellas y un lugar predeterminado sin poner en tela de juicio su papel dentro del conjunto social. Las castas, en la India, se abolieron en la constitución en 1950. Aun así, las clases altas indias siguen guiándose por dicho sistema, clasificando a las clases bajas de impuros. Es el nuevo sistema de castas, el del dinero, el que ahora ‘gobierna’ la India, y el mundo. Eres lo que posees o lo que puedes poseer.
Otro tema que pone en la mesa la búsqueda de Leila (Leysha Mange) por Shalini (Huma Qureshi) es el acceso. Acceso determinado por el sistema de castas moderno: el dinero como aquello definitorio de la persona, y de lo que hay detrás de ella, hasta niveles simbólicos. El agua es un bien escaso. Más bien, el agua dulce. Necesaria para la vida en el planeta. Nuestra vida actual ha destrozado el medio en el que vivimos a base de abastecer y recrear entornos cada vez más avanzados pero menos respetuosos. Una distopia, la que recrea Urmi Juvekar para la pequeña pantalla, muy posible. Recreación que, una vez más, pone el acceso al dinero como principal puerta a todo lo demás. Incluso al agua.
Pero el acceso también es tema primordial en la actualidad, no es necesario ir a futuros utópicos ni distópicos como nos presenta Leila. Netflix es una ventana de acceso exhaustiva a un porcentaje alto de contenido audiovisual que se produce alrededor del mundo. La idea original fue abrir un videoclub a domicilio. Los primeros años no funcionó y ese acceso que nos brindaba Netflix era un acceso poco funcional. Después de presentar perdidas, con la tecnología de su bando, el negocio fue abriendo camino, tanto así que empezó a realizar producciones propias, añadiendo a la faceta de videoclub online, otras como productora, distribuidora y exhibidora.
Su modelo expansivo se fundamenta en el endeudamiento. Es decir, en la expansión a través de la deuda para, así, ir adquiriendo más productos audiovisuales dentro de la región en la que se expande. Un modelo, por otra parte, que tendrá su techo ya que la expansión a través de la deuda tiene un limite. Un modelo, en definitiva, que en los 90 no creíamos factible, pero muy presente en nuestros días.
De dicho modelo se entiende que series como ‘Leila’, de creación y producción india, se encuadren en una pantalla global como Netflix. Una pantalla presente en casi todos, por no decir todos, los espacios que nos rodean. Una forma de adquisición y acceso global que le resta denominación a la obra audiovisual pero que, de otro modo, no dispondríamos de su visionado.
Una relación, la de Netflix y ‘Leila’, unida en varias dimensiones: en la pantalla que se muestra porqué es el lazo de unión entre ellas. Por mostrar un futuro cercano, no sé bien si utópica o distópicamente para el acceso a las obras audiovisuales. Un acceso marcado, como siempre, por la puerta principal llamada dinero. Una elección de lo que se muestra, tanto en el régimen de Aryavarta como en el catálogo de Netflix, definida por un grupo concreto de personas en el poder. Un futuro, en definitiva, en el que estamos, haciendo paralelismos, más insertados que nunca.
Urmi Juvekar nos invita a acompañar a Shalini (Huma Qureshi) desde su acomodada casa en Ayavarta hasta las profundidades de la India más trascendental. Nos lleva a la pequeña pantalla la novela de Prayaag Akbar. Nos expone sobre la mesa un futuro que está más presente que nunca. Nos invita a reflexionar sobre la influencia en la estratificación social del dinero, sobre los recursos que disponemos y, sobre todo, que nuestra vida es líquida; todo es movible, todo es cambiante. Y eso, es una reflexión que aún no hemos interiorizado.