EL ARTE AUDIOVISUAL COMO ESPACIO DIEGÉTICO

El cine es, como arte, una metodología para crear mundos y una expresión íntima y personal vivida colectivamente. Es, al mismo tiempo, una conexión entre el cineasta y la/el espectadorx, así como el reflejo de las lógicas económicas, políticas, culturales y sociales de ambos. Es el reflejo individual y colectivo. Una especie de espejo al que mirarse: un reflejo del espacio y del tiempo. 

El séptimo arte es, en definitiva, un arte espacial, mental, temporal y heterotópico. Espacial porque refleja el ambiente de la pantalla y, a la vez, nuestros propios espacios, ya sean físicos y/o mentales. Mental, a la vez, porque dichos espacios se ven construidos y atravesados por unas lógicas políticas, económicas, sociales y culturales concretas. Temporal porque, además de la duración de la película, también existen varios tiempos: el de la acción en sí misma, el del visionado del espectadorx y el tiempo en el que es vista. Y heterotópico por ser la creación de un contra-espacio delimitado por las lógicas sociales con fines transformadores. 

Una heterotopía es aquel lugar, aquel espacio, físico o no, delimitado por la sociedad en que cohabita y que corresponde a una negación del mismo para, precisamente, confirmarse como tal. Es una especie de utopía verificada en la que los demás espacios sociales y culturales la atraviesan y, en cierto sentido, se ven representados, negados o reconfigurados. (Foucault, 1966)

Las siguientes palabras pretenden poner en conciencia el valor del cine como un espacio social y cultural necesario para transformar nuestro entorno humano así como la importancia del arte audiovisual como espacio de reflexión tanto colectivo como individual.

El espacio diegético como fundamento de la heterotopía

Desde que los espectadorxs se apartaran por el posible arroyamiento de la locomotora de ‘La llegada del tren de los Hermanos Lumière’, el espacio que ocupa el espectador y el espacio del frame se fusionan en uno, por lo menos en términos mentales, espaciales, temporales y fílmicos. 

Actualmente, con la difuminación de los géneros cinematográficos en hibridaciones que van más allá de los estereotipados desde la industria por el star system de los 1950, una película es una heterotopía; es un espacio social inexistente lleno de significante y, muy pocas veces, con un significado próximo a la realidad o, como mínimo, al espacio que, como espectadorxs ocupamos. 

La película es, como arte, un espacio audiovisual en el que estás pero no habitas. Es un espacio al que puedes llegar pero no localizar, que puedes habitar en el tiempo pero no en el espacio: el cine es un arte espacial heterotópico. 

Como arte espacial heterotópico, el cine responde a un relato preconfigurado. Para entender dicho relato preconfigurado a la imagen, es importante plantear la pregunta de dónde se construye éste: ¿el relato cinematográfico se construye en el espacio o en el tiempo? (Sabina, 2018).  Así, el tiempo y el espacio juegan una arma de doble filo, ya que la apropiación de éstos son a los que recurren lxs cineastas para la composición del encuadre. 

El espacio es, entonces, un paralelismo al mundo real del espectador donde éste atraviesa sus formas personales, sociales y culturales estereotipadas para la apropiación del relato cinematográfico. De la misma manera, el cineasta construye dicho espacio atravesándolo, también, con sus formas personales, sociales y culturales estereotipadas. 

El espacio construido tanto por el espectadorx como por la/el cineasta, responde a varios tiempos. En el mundo ‘real’ el tiempo es morfológicamente lineal en la cultura occidental mientras que en el film existe un principio y un fin. Además, en la conjunción del tiempo cabe destacar tres niveles principales. 

El primero es el tiempo en la película. Éste es el resultado de la construcción del relato cinematográfico. Puede corresponder con nuestro tiempo o con otro  completamente ajeno a nuestro curso vital. 

El segundo es el tiempo del espectadorx. Es el tiempo en el que el visionado se lleva a cabo y el espectadorx habita como ente consciente. Es aquel tiempo, situado en un espacio, donde las construcciones personales, culturales y sociales se citan en la corporeidad del individuo. Es el tiempo vital que, en occidente, coincide con el calendario gregoriano. 

El tercer tiempo es aquel que se fundamenta en el espacio fílmico existente pero invisible para el espectadorx en la pantalla.  Es un espacio que se construye entre una escena y la siguiente y que el espectadorx, como tal, no es capaz de ver pero sí de construir. Este tiempo corresponde a lo que Sabina (2018) describe como espacio diegético, que es aquel en el que la mente que visiona el film une unas escenas con otras ‘llenando’ dichos vacíos con  aquello que no hemos visto. Es justo en dichos espacios vacíos donde se atraviesa lo personal, lo cultural y lo social creando espacios y contra-espacios en tiempos y sus respectivos contra-tiempos. 

El espacio diegético es, en consecuencia, algo que forma parte de la película y que permite la construcción mental abstracta del espectador y la/el cineasta pero también es un recurso narrativo cinematográfico invisible y compartido. 

Un ejemplo claro, entre muchos,  sobre ello es ‘Midnight in Paris’ (Allen, 2011). Aquí se emplea el espacio diegético como recurso narrativo y cinematográfico cuando Gil (Owen Wilson) paseando por París lo recoge un coche de principios del siglo XX y lo sumerge en otro tiempo y otro espacio. El breve lapso de tiempo que dura, en dicho coche, el trayecto no sabemos lo que pasa, si retrocede en el tiempo, es todo una teatralidad, una alucinación del propio personaje u otro fenómeno. Lo que sí sabemos seguro es que el nexo narrativo se llena desde la perspectiva del ojo que lo ve; del espectadorx. 

Es el/la espectadorx en el que / en la que se hace patente los tres tiempos anteriores comentados. El propio tiempo de la película, que es París  en el año 2011. El del espectadorx, que es en el tiempo que vive éste y el tiempo en el que la visiona —que suelen coincidir—, y por último, el espacio diegético. 

Estos tres tiempos están situados en unos espacios que, en definitiva, son los que nos permiten ver aquello fílmico como una heterotopía creada conjuntamente tanto por el/la espectadorx como por el/la cineasta. 

El tiempo cinematográfico 

Anteriormente hemos visto los tres espacios que se desprenden de los tiempos construidos tanto por el/la espectadorx como por el/la cineasta. El primer espacio es el que corresponde al tiempo de la película y es el elemento iniciático de este análisis de la asimilación del tiempo y de la construcción del arte audiovisual como un espacio heterotópico.

El tiempo cinematográfico está creado por dos tiempos insertos en el fotograma que son parte intrínseca de la historia que se presenta. 

El primero es el tiempo narrativo. Éste se constituye por el tiempo que se narra la historia. Es aquel en el que se construye un tiempo espacial en perspectiva la cual dirige el enfoque mostrado al/la espectadorx. Una posición temporal en persona para abordar las acciones sucesivas que se muestran tanto visual como auditivas en el encuadre.  Claro ejemplo de ello es ‘The Danish Girl’ (Hooper, 2016) por el uso de la primera persona del singular como narradora que coincide con la protagonista, ‘The Mystery of The Pink Flamingo’ (Polo Gandía, 2020) por el uso del narrador en tercera persona del singular con el uso narrativo que hace el protagonista, y, en una versión más extrema del tiempo narrativo ‘ My Mexican Bretzel’ (Giménez, 2019), donde la narración se fundamenta en un desenquadre entre lo que se ve, lo que se escucha y lo que se lee en pantalla. 

El segundo tiempo cinematográfico es el tiempo de la historia. Éste es aquel espacio donde la narración fílmica tiene cabida en referencia a diversos puntos como la situación dentro de la historiografía genérica, el espacio temporal comprendido dentro de dicha historiografía i el significante temporal de la película: aquel continente situacional del tiempo expresado. 

Retomando los ejemplos anteriores, ‘The Danish Girl’ (Hooper, 2015) se sitúa a finales del siglo XIX principios del XX, temporalmente hace referencia a la vida de Lili Elbe —interpretada por un excelente Eddie Redmayne— y su continente situacional son los principios del siglo XX, principios de “despertar racionalista” para el primer mundo. 

‘La chica danesa’ (Tom Hooper, 2015)

‘The Mystery of The Pink Flamingo’ (Polo Gandía, 2020)  se sitúa en los primeros años del siglo XXI, temporalmente hace referencia al despertar creativo de Rigo y su continente situacional es la generación de una cultura alternativa y pop. 

‘The mystery of the pink flamingo’ (Javier Polo, 2020)

 ‘My Mexican Bretzel’ (Giménez, 2019) se sitúa en la segunda mitad del siglo XX, temporalmente hace referencia a la vida de Vivian Barret y su continente situacional es la creación y el auge de la sociedad de consumo industrializada. 

‘My mexican bretzel’ (Nuria Giménez Lorang)

Así vemos que, a través del tiempo narrativo y el tiempo de la historia se forma el tiempo y, en consecuencia, el espacio cinematográfico. Un espacio y tiempo, el cinematográfico, que coinciden en un sólo instante y que responde a una escritura visual y auditiva —dejando físicamente de lado el espacio diegético— principalmente dialéctica. 

Escritura que responde a lo semiótico y lo estético por un lado, y lo efectivo, utilitario y valorable, por otro, de una película. (Álvarez, 2020)

El espacio fílmico

El espacio fílmico viene definido por la imagen predeterminada en el espacio literario ‘abstracto’ plasmado en el guión. Dicho espacio es, por ende, una construcción mental para el espectador, creada en base a la imagen vista y las palabras oídas.

A través de dicha imagen y palabras oídas, el espacio narrativo pasa a ser, gracias a la construcción mental que hacemos, un espacio fílmico donde se constituyen, a través de los personajes, unas formas de hacer, unas características, unas relaciones y unos dominios que, en reducidas cuentas, conjugan en la acción. Así la acción en la imagen es el espacio fílmico en sí mismo. 

Espacio, la acción en la imagen, que se vincula a determinados valores metafísicos y/o metonímicos y que configuran el espacio debido a las perspectivas —sociales, culturales, económicas, etcétera— que atraviesan dichas acciones. Anne Ubersfeld (1918—2010) hace referencia a este concepto asegurando que el espacio refleja las características de la sociedad representada en la imagen; en la pantalla. (Neira, 1998:376)

Lo que no se refleja en la pantalla, en la imagen, también tiene su continuidad en el espacio fílmico que estamos definiendo. Así, el espacio diegético —aquello que sucede entre escena y escena— también ayuda en la construcción del relato de la acción, haciendo de la acción el mínimo común múltiplo del espacio fílmico. 

Acción, audio, imagen, perspectiva social, cultural, económica, escena y espacio diegético, forman el espacio fílmico. Espacio que se construye, con estos elementos, como una heterotopía debido al cruce de múltiples espacios sociales y culturales que se configuran, ya sea fisicamente o no, en una delimitación  que tanto sirve para afirmar, negar  o reconfigurarse una visión utópica verificada. Verificada por una memoria colectiva de modo individual. 

Los ejemplos más claros de ello los podemos encontrar en el cine de ciencia-ficción, debido a que la transgresión de lo colectivo, utilizando lo individual, para mostrar los espacios y los contraespacios culturales y sociales que nos atraviesan es más moldeable debido al modo en el que se crea el tiempo cinematográfico con la cámara como bolígrafo. Blade Runner (Scott, 1982) es un ejemplo fresco: la escritura de un mundo habitado por humanos que ha perdido toda humanidad.

Un ejemplo más, a modo ilustrativo y fuera del cine de ciencia-ficción sería Mulholland Drive (Lynch, 2001). En ésta, el tiempo cinematográfico, el espacio fílmico, el tiempo diegético, y el espacio y contraespacio que construye el/la espectadorx y el/la cineasta se ponen en duda no sólo en la concepción sino en la propia imagen y en el propio audio. 

Heterotopía audiovisual

En definitiva, heterotopía es aquel espacio, ya sea físico o no, delimitado socialmente que corresponde a una negación del mismo para, en el uso de dicha negación, confirmarse como tal. Es una utopía verificada en la que los demás espacios políticos, económicos, sociales y culturales la atraviesan y, en cierto sentido, se ven representados, negados o reconfigurados. (Foucault, 1966)

Dicha heterotopía, dicho contra—espacio, se ve construido dentro del fotograma por el tiempo inserto en la película —el tiempo narrativo y el tiempo dentro de la historiografía genérica occidental—, el tiempo del espectadorx —cuando ve la película y el tiempo en el que habita como ente consciente— y, por último, el tiempo diegético — aquel tiempo y espacio invisible e inaudible que sucede entre una escena y otra y con un alto grado de significación—.

El cine se construye, desde este punto de vista, como un espacio diegético en cuanto espacio temporal construido artificialmente y, por ende, invisible fisicamente a nuestra proximidad como entes conscientes pero con un alto grado de significación para nuestras construcciones sociales y culturales, ya sea individual y/o colectivamente

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