Buscar la repetición. Alojarse en ella, como un refugio. Refugio donde convergen lo vulgar con el hogar. Hutch Mansell (Bob Odenkirk) se repite día tras día: levantarse, no poder tirar la basura porqué el camión ya ha pasado, hacer el desayuno, bus al trabajo, trabajo, bus a casa, cenar, dormir y vuelta a empezar. Un círculo donde saber lo que va a venir se convierte en tranquilidad, en seguridad, en una firmeza de vida. Una zona de confort reconfortada por la pérdida de identidad, por ser ‘Nobody’.
Una pérdida identitaria para mantener dicha tranquilidad y seguridad que hará que un día, de camino a casa, intentando recuperar la pulsera de gatitos de su hija que le robaron unos ladrones de poca monta en su seguro, tranquilo y vulgar hogar, se vea truncada por un encontronazo con unos mafiosos rusos.
Mafiosos que, para vengarse de Hutch (Bob Odenkirk), intentaran cargarse su zona reconfortada, su familia, su padre, su trabajo, incluso su casa. Lo que no saben es que él ya está fuera de dicha zona de confort.
Zona de confort bañada por aquello cotidiano, aquello que se repite en nuestro tiempo y que, por repetición aprendemos a manejar de forma habitual. Son nuestros parámetros. Unos parámetros que se convierten, de cierta edad en adelante, ideales, deseados e idealizados. Una tranquilidad, una rutina en la que nos proyectamos pero que nunca habitamos. Sólo pasamos por ella. El deseo de aquello estable desde lo líquido.
Ilya Naishuller nos lleva, como nos tiene acostumbrados, a una espiral de violencia donde lo rutinario, lo cotidiano y la invisibilidad social son lujos al alcance de pocos. Nos lleva al lado de lo ordinario y lo vulgar como aquello que rechazamos pero que, en sí, buscamos.
‘Nobody’ es un diálogo, violento y con un toque de humor, sobre lo estable en un mundo fluido.