La figura creada por Ian Fleming es una de las más rentables en pantalla en nuestra contemporaneidad. Movida entre el mito del porte inglés —casi inexistente en nuestros días— y el savoir faire británico —rara vez avistado—, forma parte de un estándar situado en nuestro imaginario colectivo el cual situamos como meta, aunque ésta sea, lógicamente, inalcanzable.
El poder del imaginario colectivo moderno es la capacidad que tiene de crear estereotipos y, continuamente, reformularlos: el dinamismo que presenta en cuanto a imagen social proyectada que se adapta a las nuevas estructuras sociales. Estructuras que, como tales, se mueven en un encuadre que pretende —aunque no siempre lo consiga— derrumbar sus propios muros, como le pasa a la figura de James Bond.
Un James Bond que, como estructura, se ha ido reformulando con el paso de los años pero que sigue arrastrando resquicios de tiempos pasados aunque muestra algunos actualizados. En lo concreto, la figura de Bond sigue, a efectos prácticos, como un espejo tanto a nivel colectivo como, en ciertos casos, individual.
En aquello individual, conectado con lo más colectivo, James Bond es hipermasculinidad del heteropatriarcado y materialismo capitalista pero, a la vez, la propia imagen que pone en duda dicho entendimiento, pues aunque disponga de coches de lujo, la última tecnología, todo el dinero disponible, trajes, viajes en avión, y demás, nada, a la fin, le pertenece: el sentido de la propiedad se difumina.
Con su físico lo podríamos situar al mismo nivel. Fleming describe físicamente a James Bond como el pianista Hoagy Carmichael: de porte elegante, con el cabello corto y una nariz señorial. Delgado y siempre en traje. El escritor añade, aunque Carmichael no fuese así, que Bond tiene un aire de brutalidad y agresividad, aunque no se concrete en su físico sí que se intuye de él. Es esa misma brutalidad y agresividad que se ha proyectado en el último Bond a través de estereotipos como la constante seducción, un físico musculado y la heterosexualidad normativa. Todos puestos en entredicho en la última interpretación del agente realizada por Daniel Craig donde Bond se enamora de Viper (Eva Green) y no sólo la seduce para alimentar su ego, su físico se ve cuestionado por su edad en ‘Skyfall’ (2012) e insinúa que ha tenido algún affaire sexual con hombres cuando Silva (Javier Bardem) lo secuestra.
Claro que, como figura estereotipada, necesita unas raíces bien ancladas en su contexto para que los vaivenes funcionen sin dañar la parte que la convierte en altamente rentable —económicamente hablando—. En la última saga de James Bond interpretada por Daniel Craig, estos vaivenes cada vez tienen más margen de maniobra, haciendo de ésta saga la más dicotómica en cuanto enfrentamos estereotipos e innovación verso la figura Bond.
‘Casino Royale’, estrenada en 2006 y dirigida por Martin Campbell, destaca por ser una película donde el enfrentamiento se produce realmente entorno al intelecto que, a la vez, se sitúa a través de una mesa. Una mesa que refleja el buen hacer de una sociedad acomodada que, en el fondo, está podrida por la lógica del dinero, el cual financia todo aquello detestable que nos rodea. Lógica que se ve salvaguardada por el manto del entretenimiento; el poker.
En ‘Quantum of Solace’, dirigida por Marc Forster y estrenada en 2008, el juego es diferente: se inclina más hacia aquello roquero, transgresor, donde la violencia es —como es usual en Bond— una protagonista más. Lo que nos llama la atención aquí es el paralelismo que se realiza entre la espía Camille (Olga Kurylenko) y Bond (Daniel Craig): ambos han perdido a alguien y se encuentran en la encrucijada de vengarlo, serles fieles a sus naciones —ya que decir sólo país no haría referencia al sentimiento de pertenencia que ambos espías tienen de sus respectivos países— o vengarlos siendo fieles a sus respectivos países. Lógicamente escogen la tercera. Lo destacable aquí es, independientemente de si han tenido entre ellxs sexo o no, la idea de que un Bond también puede ser mujer. En este caso concreto, Camille (Olga Kurylenko).

En 2012 Sam Mendes estrena ‘Skyfall’, la película más taquillera de Bond hasta la fecha. Con una estética algo inusual para la figura de James, destaca sobretodo la idea del envejecimiento, del reemplazo. Aquello que era único e inigualable ya no lo es: es la idea occidental sobre la juventud —vigorosa y plena— a la vejez—ralentizada, apagada, estéril—.
Siguiendo con la idea occidental de juventud y vejez, en ‘Skyfall’ M (Judi Dench) es asesinada y reemplazada la figura — algo freudiana para James Bond— de su jefa, lo cual supone una aceptación de reemplazo de aquello viejo por lo nuevo y la aceptación de los términos antes descritos connotados a ‘juventud’ y, por ende, ‘vejez’.
Otra idea importante aportada en ‘Skyfall’ sobre este tema se desarrolla al final: James Bond mata al villano con un cuchillo que le clava en la espalda. No hay necesidad de, después de todo el recorrido, usar una arma sofisticada basada en la última tecnología. El mensaje es claro: lo tradicional, lo viejo siempre funciona mejor y es más efectivo. Mensaje que entraña cierto peligro si se toma desmesuradamente.
En 2015, viendo el éxito que obtuvo ‘Skyfall’, Sam Mendes vuelve a dirigir a Daniel Craig como James Bond en ‘Spectre’. Aunque no destaca básicamente por su argumento, sí que se pueden nombrar grandes actuaciones como la que realiza Christoph Waltz o Léa Seydoux. Aquí, lo que destaca hacia la figura de Bond es la idea de que el héroe sólo es el antihéroe alabado por un grupo humano, el cual legitima aquello que hace este primero y demoniza lo que hace el segundo.
En 2021, finalmente, se ha estrenado la película que cierra la saga de Daniel Craig como James Bond: ‘No time to die’. Dirigida por Cary Joji Fukunaga, la última del agente secreto se centra en la figura de la mujer como personaje activo de la historia que, junto con la figura de Bond, se relaciona con la violencia —aquí, cómo no, una protagonista más— y con la pulsión de muerte. De hecho, 007 es mujer mientras que James Bond (Daniel Craig) ha perdido dicho estatus.
Estatus que se ve difuminado por un cierre de ‘No time to die’ sublevado a la figura del antihéroe —un poco redundante— y a la constante obligatoriedad de acción trepidante que se supone que tiene que desprender la figura de Bond.
Figura que, desde la interpretación que realiza Daniel Craig, se ponen sobre la mesa temas interesantes en un personaje de ficción contemporáneo mainstream como lo es James Bond. En ‘Casino Royale’ se protagoniza el intelecto, en ‘Quantum of Solace’ se realizan paralelismos independientemente del sexo —el género aún es un concepto muy moderno para James—, en ‘Skyfall’ se enfrenta la juventud y la vejez para debatir la tradición, en ‘Spectre’ la idea del héroe, antihéroe y la fina linea que los separa, y en ‘No time to die’ la paridad de lxs protagonistas en cuanto a sujetos activos en la historia.
Al final, Bond es una construcción que funciona como un espejo del imaginario colectivo contemporáneo correspondiente a la memoria común que produce estereotipos y que los va modificando a un nivel más individual.
Bond, James Bond es aquello que decidimos, desde nuestra propia perspectiva, llenar con nuestros estereotipos y, a la vez, figura que podría ayudar a modificarlos.