Acabar. Cuando todo tiene su fin, no queda otra que esperarlo, abrazar el vacío. Un vacío que te abraza, te envuelve, te ahoga. Una presión que se siente cuando una historia de amor, la tuya, se acaba y te lleva por el camino de la autodestrucción. Una autodestrucción que puede revitalizar, te puede hacer renacer, como un ave fénix. Ave que en su proceso, se ha visto obligada a quemarse. Y, en el contrario de quemarse, ‘Frig’.
Un renacer, una autodestrucción que se procesa en tres partes.
Amor. Como aquel poema que se escribe y se deshace en las manos cuando no se tiene. Aquello que te da oxigeno y te lo quita. Es la puerta de entrada al infierno, el camino hacia el siguiente paso autodestructivo.
Mierda. Cuando ya estás en los adentros. Es aquello que, desprendido de tu cuerpo y llevado por el desamor, te arruina como persona llevándote por caminos poco dignos pero necesarios para, en últimas, reconstruirte como ser, como ente, como persona.
Semen. Aquella autodestrucción reconstitutiva donde se empieza con un aquelarre, inundado en un éxtasis, en medio de la naturaleza, apropiándose de lo ajeno y de lo propio, volviendo a ser.
Antony Hickling nos presenta un artfilm para lidiar con el amor homosexual entre hombres y, sobretodo, el desamor. Un camino que nos recuerda a la madriguera del conejo por donde desciende Alicia hacia el país de las maravillas pero con unos tintes crudos e incómodos.
‘Frig’ es el crudo reflejo del proceso de desamor en que nos hemos visto envueltos todxs.