’ONLY LOVERS LEFT ALIVE’ O CÓMO LA HUMANIDAD NO APRENDE

Detroit. Una ciudad desconsolada y consumida en aquello que fue. En las afueras, en una casa en ruinas, vive Adam (Tom Hiddleston) un músico deprimido con el rumbo que ha tomado la humanidad en cuanto al ideal filosófico de belleza, sobretodo en cuanto concierne a lo cultural. En Tánger, Eve (Tilda Swinton) se inunda en los libros que lee y acumula en su estancia mientras pasea por las calles hasta el bar donde se reúne con Marlowe (John Hurt), el cual le proporciona sangre con tal de sobrevivir. Una supervivencia que, ella y Adam como pareja, han llevado a través de los siglos. Unos siglos que les han aportado conocimientos, sabiduría. Les ha aportado un desprecio hacia los zombis —la humanidad—, y una necesidad, actual, de reunirse en Detroit. Reunión, la de Eve y Adam, que se verá alterada por la visita, 89 años después, de Ava (Mia Wasikowska) hermana de Eve. Pero aquí, en la contemporaneidad, ‘Only lovers left alive’.

Una contemporaneidad que, paseando por las calles de Detroit, Adam (Tom Hiddleston) encuentra sofocante, pues los zombis, como él y Eve (Tilda Swinton) se refieren a la humanidad, han perdido lo bello y lo estético para apreciar la vida. Una vida donde la música sólo es buena en las sombras, en lo desconocido, en la noche.

Una noche que se presenta Ava (Mia Wasikowska) para romper los paseos nocturnos en coche de Adam e Eve. Una noche que se repite cuando Ava no sabe controlar sus impulsos vampíricos quebrando la racionalidad de su hermana y su cuñado.

Una racionalidad que, adquirida en el tiempo y, al contrario de la humanidad, bien aprovechada, les lleva de nuevo a Tánger. Les lleva al anonimato. A escuchar música en las sombras. A reunirse, por ultima vez, con Marlowe (John Hurt). A sus instintos.

‘Only lovers left alive’ es la prueba de que el conocimiento adquirido por las personas se desvanece en la maldad humana. Es la prueba de que sólo el amor y la apreciación de lo bello y lo estético aristotélico nos puede unir, nos puede salvar. Una belleza que Jim Jarmusch nos muestra tanto en el relato como en lo visual. Un aprendizaje que la humanidad no ha sabido, a través de los siglos, aún realizar.

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