Huir al campo para llevar una vida sostenible. Un campo que busca el progreso. Progreso que depende de la instalación de molinos eólicos en el valle y una pequeña compensación para los aldeanos. Unos aldeanos que ven su compensación alterada por Antoine (Denis Ménochet), un profesor francés retirado que, junto a su mujer Olga (Marina Foïs), llevan un proyecto de agricultura ecológica y de repoblación de la zona. Un proyecto que les lleva a no firmar el acuerdo con las empresas eólicas y, en consecuencia, a ponerse en su contra a los aldeanos. Poco a poco las tensiones con dos vecinos debido al desacuerdo empiezan a escalar hasta que ambos proyectos, ambas casas, ambas vidas colisionan dando paso a unas consecuencias irreconciliables. Un’As bestas’ que enfrentan el mundo contemporáneo.
Unas bestias que ven el progreso ha toda costa como ente primordial y que guía, sin importar las consecuencias que conlleva éste. Un progreso que, visto sólo desde la aldea, sitúa a todo aquel que vaya en contra de éste como un ente que interfiere en el interés colectivo. Un interés que en ‘As Bestas’ sobrepasa lo moral y lo humano.
Una humanidad que se pretende restaurar desde, quizás, una romantización excesiva. Romantización vista desde la perspectiva de la ciudad, del presunto progreso que ha llevado a colapsarlo todo. Un colapso que con una vida rural se podría revertir, se podría concretar en una realidad más justa para todas las personas.
Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen plasman los discursos políticos actuales que utiliza la extrema derecha en nombre del progreso para, en una situación concreta como la de Antoine (Denis Ménochet) y Xan (Luis Zahera), mostrar los razonamientos que hay detrás. Unos razonamientos que sirven, como Xan (Luis Zahera) deja claro, para desbancar lo moral, lo bello y lo humano aún así sufriéndolo en sus carnes.
Con unas excelentes actuaciones, una tensión visualizada y una imagen desde lo personal de lxs protagonistas, ‘As Bestas’ es una buena muestra del punto en que se encuentra la política actual.