‘ENTRE DOS AGUAS’ O CÓMO SOBREVIVIR EN TU MUNDO AJENO.

¿Qué hacer cuando no hay nada qué hacer? Una pregunta sin aparente respuesta. Un ambiente hostil en un estado hostil. Polos opuestos: o delincuencia o la marina. Uno en la cárcel y otro en el ejército. Polos opuestos que se atraen. Hermanos en busca de una vida ‘normal’ cuando lo ‘normal’ es lo extravagante. La historia, doce años después, de Isra y Cheíto, situada en ningún lugar; entre idas y venidas; ‘Entre dos aguas’.

Fluir. Para y con la vida. Tratar de ser parte de algo cuando este algo te excluye. Isra sale de la cárcel para continuar con su vida, con su mujer, con sus hijas, en su casa. Pero su mujer no quiere continuar la vida con él. A no ser que cambie su conducta y se responsabilice. Cheíto acaba de volver de misión en Somalia, desea estar en casa con su mujer y sus hijas, y montar una panadería. Pero la Marina lo reclama.

Ambos vienen de estar encerrados. Atrapados. En ambientes dictados y determinados. En cárceles. En lo que significa ser adultos. Trasladándose en los recuerdos de la infancia. Refugiándose en ella.

La idea de nación es un invento del siglo XIX. Es un conjunto de ideas sin cara, sin cuerpo, sin razones pero con consecuencias. El sistema económico y burocrático es una de ellas. Es un estado del tener, del poseer, de más y más. Como uno de los protagonistas de ‘Entre Dos aguas’: el dinero. 

Otro protagonista es la inocencia. Antagónica del mundo actual en el que habitan Israel y Cheíto, la malicia se ha apoderado de ellos. Se suma a cada paso que dan, inocentemente, para sobrevivir. Ese balance se sitúa en la ida muy temprana del padre, punto de inflexión para los hermanos. O, por el contrario, la negación de Israel al bautismo, negándose a dejar atrás su inocencia primaria y, por ende, la malicia que acarrea.

El trabajo también es un protagonista más. Ambos hacen remembranza de su situación anterior, tanto en la Marina como en la Cárcel, como situaciones obligadas pero, a la vez, seguras. Situaciones no beneficiosas y no queridas pero sí, en el fondo, como un paso a una vida mejor. Vida mejor, por otro lado, que no parece llegar.

Todos estos protagonistas se reúnen en una escena clave. Frente a la marisma, Israel se lía un cigarro de marihuana. Habla con Cheíto. Éste le dice que tiene que dejarlo. La conversación nos lleva desde la muerte como ente presente en sus vidas, pasando por la inocencia incrustada en ellos y bañada por la malicia como ente antagónica, al planteamiento de qué es ese preciso momento para ellos y qué hacen allí, sentados.

Isaki Lacuesta nos abre, de nuevo, la ventana al mundo de Cádiz; del barrio de San Fernando; de Israel y Francisco José Gómez Romero. Nos lleva del cielo al infierno. De tenerlo todo a no tener nada. De lo extravagante a lo normal. De la muerte a la vida. De la vida a la muerte. Pero como dice Dante (Eusebio Poncela) en ‘Martín (Hache)’: ‘Siempre hay que seguir, aunque sólo sea por curiosidad’.

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