Cuatro amigas. Desde la infancia hasta la juventud. La entrada en la supuesta vida adulta. Conocer a nueva gente, sin dejar atrás la conocida. O sí, dejándola atrás. Una parada que cambia el destino en el trayecto: la universidad. Unas persones, las conocidas y las que están por conocer, que cambian tu visión hacia dicho destino.
Àgata (Elena Martín) se encuentra entre dos mundos, entre dos estados. La infancia, marcada por sus amigas del colegio, y la vida adulta, en Barcelona, marcada por las nuevas amistades conocidas y por conocer. Un bypass de continuidad o ruptura.
Amistad. Transparent. Un término de nueva acuñación en la contemporaneidad. Trans; aquello que va más allá. Parent; de lo familiar; de las relaciones que se establecen basadas en la confianza. Àgata sabe lo que es. Es esa misma relación, en ese espacio privado, íntimo, lo que le une a Carla (Victòria Serra), Ari (Marta Cañas) y Mar (Carla Linares). Desde la infancia. Lo que no las une es, precisamente, ese mismo espacio, el cual se ha ‘llenado’ de diferente significado.
Schopenhauer describe al ser humano como voluntad. Voluntad de querer, de experienciar, de vivir, de morir, de estar ahí, de ausencia, de pasión. Para él, se resume todo en el deseo y en el sometimiento que éste nos brinda. Nos asegura que la realidad, la nuestra, la dictaminamos desde ese sentimiento.
Así, el modo de aprehender el mundo se fundamenta en la subjetividad. Subjetividad diseminada en tiempo, espacio y causalidad. Con esto, todo se vuelve experiencia. Como para Àgata: el tiempo -infancia y adultez-, el espacio -Barcelona y la Costa Brava-, y la causalidad – el congeniar dos mundos propios- crean un nuevo mundo de realidad subjetiva.
Experiencias, al fin y al cabo, que, cuando colisionan, colisionan muy fuerte, pues la voluntad cambia y, es ahí, donde reside Àgata, donde residen Carla, Ari y Mar. Voluntad de hacerse mayor, dejando atrás, o no, lo que te hizo que lo fueras.
‘Les amigues de l’Àgata’ es una experiencia sobre el cambio. Sobre la aceptación que tenemos de éste, pues es el que nos hace que cambiemos, como Schopenhauer asegura, nuestro espacio, tiempo y causalidad y, por ende, nuestra voluntad. Lo que no dicen del cambio es que la idea permanece y los actos cambian porqué, en el fondo, nada cambia pero todo se transforma. Seguro que Àgata y vosotros sabéis a qué me refiero.