‘EMA’ O CÓMO INCENDIARSE PARA DEJAR PASO A AQUELLO NUEVO

Recuperarlo todo. Perderlo todo. Una mujer que le obligan a desprenderse de su hijo adoptado por las circunstancias. Circunstancias, éstas, que le llevan a divorciarse de su marido Gastón (Gael García Bernal). Circunstancias, la entrega de su hijo adoptado y la separación de su marido, que la llevaran a recorrer Valparaíso, a sus calles, de bailar en el teatro a bailar para los transeúntes, a adueñarse de su cuerpo, a la búsqueda del amor propio, a destruirse para renacer. La historia de ‘Ema’, la historia de los viejos parámetros con los nuevos; de cómo vaciarse para llenarse de aquello nuevo.

La culpa es nuestra cicuta. Ema (Mariana Di Girolamo), Gastón (Gael García Bernal), Raquel (Paola Giannini) e incluso Polo (Cristian Suárez) saben qué es y cómo se extiende. Un incendio que lo provocó todo. Provocó el derrumbe, sincronizado tal como si fuera un baile, de sus vidas. Vidas caídas a parte, en un mundo entre lo viejo y lo nuevo y, en medio, personas adaptándose. 

Quemar para sembrar. El terreno pide la destrucción, la eliminación, como una especie de purificación, para que pueda seguir creciendo algo; aquello que plantamos, que se vuelva fructífero. Una quema que nos lleva a unos momentos de autodestrucción necesaria; un ardiente entorno que nos remueve la culpa y otras cosas para dejar paso a lo nuevo: es la conexión entre lo viejo y lo nuevo: personas adaptándose. Ema (Mariana Di Girolamo) adaptándose.

Adaptándose rítmicamente a su nueva situación. Una situación que la lleva, desde ese lugar ardiendo en el que se sitúa, una siembra de nuevas situaciones, nuevas sensaciones, de adueñarse. Adueñarse de su cuerpo, como instrumento político, reivindicativo. Un cuerpo que se ha utilizado, desde los estamentos políticos, a la reproducción social y si se sitúa fuera de ella, queda desmarcado; en los márgenes sociales.

Márgenes que Ema (Mariana Di Girolamo) los recentraliza, los reconfigura, los atrae y los expulsa para proyectarlos en un tejido social que, estéticamente diferente, sigue siendo el mismo. 

Pablo Larraín nos adentra en este thriller de rotura generacional. Bañado con colores  de neon, como si de una noche berlinesa se tratase, de locura, pero en Valparaíso. Un film sobre el tocar fondo. Pero el tocar fondo para coger impulso. Sobre cómo utilizar la corporeidad con la que nos esclaviza el sistema para, a sí mismo, liberarla.

Una nueva forma de representar los lazos sociales en nuestro contexto actual.

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