Un accidente de coche. Una placa en la cabeza. De la infancia a la adultez con un fuego purificador y destructor. Una destrucción que sitúa a Alexia (Agathe Rousselle) como Adrien en un aeropuerto. Aeropuerto que llevará a Adrien hasta su padre Vincent (Vincent Lindon), después de 10 años de su desaparición. Un reencuentro que vendrá precedido por identidades expuestas y contrapuestas, con unos asesinatos brutales como contexto. ‘Titane’ contra titane, enfrentados.
Un enfrentamiento que vemos en la simbiosis perfecta (?) entre máquina y cuerpo humano, persona. Una simbiosis que llevará a lo próximo, lo que viene, lo siguiente, la nueva carne. Un nuevo ser híbrido que prescinda de aquellos lastres que nos atan. Como la edad, como a Vincent (Vincent Lindon), que intenta subvertir dicho lastre a base de esteroides inyectados. O como Alexia (Agathe Rousselle) cuando los médicos intentan reconstruirle el cráneo con una placa de metal. El cuerpo humano, la máquina perfecta.
Una máquina encajada en el imaginario natural y cultural con unos estándares que, a la vez, son armas, son defensas y son autodestrucción para poder renacer. Es aquello que surge de las cenizas cual ave fénix. Un ave fénix que podemos ver repetidas veces, desde tres perspectivas, a través de espejos.
Julia Ducournau nos presenta un film altamente sensible con una temática estridente donde los diálogos se producen con la imagen. El segundo largometraje de la cineasta no nos plantea tanto el género —que también— sino indaga más en la identidad y la propia relación con el cuerpo en un mundo que intenta hacer de éste la mejor maquina posible.
‘Titane’ es la muestra de que, como dice el personaje de Vincent Lindon, ‘no hay necesidad de ser humano’.