Hiroshima, Japón. Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima), reputado actor y director de teatro, descubre a su amada esposa en brazos de otro hombre. En esas, le ofrecen dirigir la obra ‘Tío Vania’ en un festival de teatro celebrado en dicha ciudad japonesa. Allí, llegado con su Saab rojo, le asignan una chica como conductora para sus traslados. Chica que, después de la traición de su mujer, será refugio para él. Para ellxs. Chica que ‘drive my car’, entre otras cosas.
Cosas que vienen como reminiscencias del pasado. Un pasado punzante que, en la teatralidad de la preparación de ‘Tío Vania’ se harán más palpables para ellxs y para las personas que integran la obra. Una obra que, en su lectura de guión, se darán a leer otros aspectos. Unos aspectos que exceden al guión de la vida, que no deja descansar a los muertos.
Una separación que, desde la vida, recordamos la muerte, haciendo que nos ocupemos más de ella. La vida es puro teatro, como decía la Lupe. La interpretación es aquello que se nos escapa, aunque intentemos guionizarla desde una realidad que nos acaba sobrepasando, superando, entrelazando.
Ryûsuke Hamaguchi nos presenta una obra onírica, con reminiscencias de Michelangelo Antonioni, donde la vida se vive y se interpreta con un guión donde no se sabe su autorx ni bien bien cómo realizar el acting pero sabiendo que hay que vivirla. Con unas imágenes sacadas, desde lo consciente, y que nos recuerda a nuestro inconsciente y la relación, desde la vida, con la muerte. Un plano trascendental que, junto con el pasado, tenemos que afrontar, con el que tenemos que convivir.
‘Drive my car’ es una obra de cocción lenta, de pausa, de la vida en posición a la muerte, de nuestra conducción, de la interpretación que realizamos.