2017, Caracas. Mientras Venezuela intenta acariciar la decencia y la ética política, cuatro jóvenes de clase alta se difuminan entre el humo de los cigarros aliñados y sus cuerpos. Unos cuerpos adolescentes, los de Lolo, Cacá, Eli y Alain, que viven ajenos a la agitación politica y social de su entorno. Unos cuerpos que, un día, descubren que unx de ellxs ha sido brutalmente asesinado; el cuerpo de Eli. Pasados 16 años, Alain es invadido por flashbacks sobre dicho asesinato, replanteándole en su feliz presente, que, a lo mejor, el que fue declarado asesino de Eli no lo fuese.
Un asesinato que marcará su presente. Un presente feliz que, junto a su novio periodista (Erich Wildpret), definirán esos flashbacks sobre su adolescencia descubriendo el entresijo de la mente de Alain (Gabriel Agüero) como un recoveco de la depravación existente en un país donde el recuerdo, la memoria, la consciencia, no se presenta sino que se difumina en el pasado.
Un pasado oscuro, como el de Alain (Gabriel Agüero), en el que la vivencia ajena de tu entorno te aliena a un mundo, fomentado por la clase alta social, la despreocupación, la falsa permisividad y un poder que se cree por derecho.
Unos derechos que son arrebatados en Venezuela en nombre del dinero. Todo se compra, todo se hace y todo se tiene porque nadie recuerda, como el personaje bíblico Jezabel.
Unos recuerdos que acaban por corromper la mente de Alain para, en últimas, mostrarle la verdad.
Hernán Jabes nos trae esta historia bíblica contemporánea donde los entresijos de la memoria individual engañan a la memoria colectiva para reescribir una historia que, parece que en la actual Caracas, nadie quiere recordar. Y mucho menos las clases altas, fomentadas en la corrupción y envueltas en la impunidad.
‘Jezabel’ es la prueba de que la corrupción es hija del patriarcado.