En una isla, en los bordes. La laguna de Venezia. Concretamente, Sant’Erasmo. Allí, Daniele (Daniele Barison) dedica sus días, usando el ingenio, a sobrevivir. Una supervivencia delimitada por el culto sacro al barchino y, a la vez, a la búsqueda de placeres que llenen lo inocuo. Una inocuidad que la propia ciudad devuelve sumergida en la belleza. Una ciudad, un estado del ser que, como el propio mito de la ‘Atlantide’ que no existe, se (re)presenta.
Una (re)presentación que, en la laguna, se convierte en un contraste entre el centro y los márgenes pero también entre lo deseado y lo obtenido, lo presente.
Un presente que, como el de Daniele (Daniele Barison) y sus coetáneos, dibujan un sinfín de dimensiones en el mismo plano terrenal. Unas dimensiones que, veloces sobre el agua y vividas en el subidón de la droga con una banda sonora bacala, son el propio reflejo.
Un reflejo que, como otra dimensión que cobra vida como si de un personaje más se tratara, se materializa en (y por) el agua.
Un elemento, el agua, que lo envuelve todo: la ciudad, la vida de lxs chicxs con las lanchas, sus actuaciones, e incluso es donde, en nuestra mitología colectiva, reside la Atlantide.
Una Atlantide que Yuri Ancarani personifica como un reflejo, entre neones, de Venezia. Una Venezia fantasmagórica, como un limbo, donde habitan unxs diosxs caidxs —las generaciones futuras— entregadas al placer, como epicúreo. Un placer que solo guía el ahora, que lo sitúa en los márgenes.
Con una fotografía hipnótica y con pocas palabras, Ancarani consigue que, desde nuestras butacas, habitemos el reflejo de su Venezia, de esta Atlantide (re)presentada. Una (re)presentación imbuida en el gesto, en la acción, en una dimensión aproximativa a la realidad.
‘Atlantide’ es música bacala, velocidad, drogas, belleza clásica, diosxs contemporánexs caidxs, luces de neón y el aquí y el ahora.
Cinematismo 