Entre llamadas de atención al cliente, citas de Tinder y escritos personales, Raphi (Raphaëlle Pérez) busca establecer su vida adulta. Una vida preconcebida por la formación de una familia junto a su principe azul. Una preconcepción que se desinflará cuando su psicóloga le diagnostique ‘disforia de género’. Una disforia, un desarreglo de sus emociones que, para Raphi (Raphaëlle Pérez), nada tiene que ver con lo que se supone que tiene que sentir y ser a partir de ahora. Un ser y un sentir que, desde ese diagnóstico, será mejor definido por la relación de vacío provocada por éste y Raphi, que por el propio diagnóstico en sí. Una relación entre su vacío y ellx.
Relación que, medicalizada, propone un cánon de actuación en frente de una sociedad que presupone —debido a la preconcepción que todxs tenemos— unos modelos y formas implementados. Implementación que pasa por una secuencia de estados fijos —diagnóstico, hormonas, vaginoplastia— sin tener en cuenta la voluntad de lx sujetx.
Una voluntad que, en lo desconocido, invade a Raphi en sus tiempos íntimos pero también colectivos: cuando intima con otras personas, cuando se tiñe de rubia, cuando habla con lxs chicxs de la asociación.
Una invasión que la lleva al proceso de conocerse para sentirse y ser. Un proceso que viene formado como experiencia colectiva e individual a la vez, y que refuerza esa sensación de vacío como un cosmos donde explorar y explorarse.
Exploración que siempre se sitúa en un continuum y no en unos cánones de actuación sociales y culturales.
Como en un diario, Adrián Silvestre detrás de la cámara y Raphi Pérez delante, nos muestran el día a día de explorar y explorarse a unx mismx, al margen de concepciones sociales. Unas concepciones sociales que pueden, como le pasa a Raphi, doler como si te clavaran puñales y dictaminar aspectos propios involuntariamente.
‘Mi vacío y yo’ es ese universo donde explorar y explorarse hasta que, como Raphi, te encuentras a ti mismx como unx diosx cósmicx.