Lo que fue una gran ciudad del imperio comunista ruso, ahora es un sitio helado, sin esperanza. Una esperanza que, pese a las circunstancias, Slava, Misha y Lera buscan desesperadamente para salir de Tolyatti. Un Tolyatti que, desde su adolescencia, no les deja acceder a la vida adulta. Una vida donde buscar un empleo, con su precariedad incluida, y encontrarlo es una especie de suerte. Suerte que tanto Misha, Slava y Lera intentan evitar, intentan cambiar. Mientras sucede, les quedan los coches Lada. Les queda deslizarse con ellos sobre el hielo. Les queda Boyevaya Klassika. Les queda el drift. Les queda, en su presente, ‘Tolyatti Adrift’.
Un presente que les llevan a trabajar en un puesto callejero de comida por 200 euros al mes, a buscar maneras de evitar la universidad militar y a buscar trabajo de carretillero para salir de allí, de su ciudad.
Un presente buscando un futuro que sus precedentes, sus mayores, sus genitores, entienden pero que, a la vez, el pasado glorioso de éstos fundamenta la ciudad que hace aguas. Un pasado en dicha ciudad, en Tolyatti, donde la fabricación del coche ruso por excelencia dio un ambiente próspero y con perspectiva. Perspectiva que se vio lapidada con el colapso de la URSS, haciendo caer uno de los símbolos de progreso: el Lada.
Un Lada que sirve de conexión entre el pasado y el presente de las personas que habitan Tolyatti. Una conexión que, pese a ser un símbolo caído, surge desde lados opuestos y desde la reconceptualización de dicho símbolo en una especie de reminiscencia del pasado con lxs adolescentes en el presente realizando drifting.
Un drifting sobre hielo y entre neónes para sortear el presente mientras aguardan un posible futuro mejor, fuera de Tolyatti. Un Tolyatti que es el esqueleto de la fábrica de coches de Rusia que fue en su día. Un esqueleto donde derrapar con tu Lada por los huesos, a ritmo de tecno, esquivando el frío, intentando hacer presente tu futuro en un lugar desolador.
Laura Sisteró nos lleva, como lo hizo Yuri Ancarani en ‘Atlantide’, a un lugar desolado y desolador, en una Rusia que hizo aguas y que sobrevive, como si de un cadáver exquisito se tratase, de símbolos caídos.