De Finlandia al sur de Francia. Con 17 años, en plena adolescencia, dejas lo que sería tu futura vida adulta para, en un lugar que no te pertenece, intentar encontrarla. Un encuentro que lleva a Elina (Elsi Sloan) al cuarto de Sofia (Carmen Kassovitz) como hermanastras, ya que la madre de la primera se ha mudado a casa del padre de la segunda. Una mudanza, un compartir, que llevaran a Elina y Sofia a entrelazar sus dos mundos donde nada es lo que aparenta, y donde la bestialidad del amor sale, en últimas, a relucir: unas ‘heartbeast’.
Una bestialidad que, para Elina (Elsi Sloan), se verbaliza en el rap, en la violencia que desprende éste en el gesto, en la estética no normativa y en el control de Sofia (Carmen Kassovitz) en nombre del amor. Un amor que se ejercita a través del uso de las nuevas tecnologías y de la exposición y vergúenza social como dispositivo de control.
Un control que, por otro lado, Sofia (Carmen Kassovitz) ejerce a través del ballet, de la danza contemporánea, de las drogas en combinación con estas artes, del uso recreativo de éstas, de los chicos como objeto sexual y de Elina como instrumento para la estimulación de su propio ego.
Un ego, el de ambas, expresado ciertamente en lo corpóreo, lo físico y las alteraciones de éste: por un lado, el ballet, el rap, la danza contemporánea. Por otro, las drogas, el alcohol, el control sobre la otra, la violencia digital como dispositivo de control.
Aino Suni nos adentra en este cuento romántico de la generación Z donde los neones y las nuevas violencias —contra una misma y contra lx otrx— son habituales por los resquicios del concepto de amor romántico del siglo XVIII. Un cuento agrio que acaba en un nuevo comienzo (¿o en una continuación?).
Cinematismo 