Contar historias. Transmitir conocimientos, vivencias. Ya sea por telefono o en una conversación, entre vinos, con unxs amigxs. Historias personales o inventadas. O una historia de una antigua película japonesa que podría no existir. Es lo que hacen una noche nueve personas. Entre lo fílmico y lo vivido expresan sus sentimientos. Unos sentimientos que se encuentran en ‘Las tierras del cielo’ y que los llevan a desentendimientos entre lo que dicen, lo que hacen y lo que cuentan.
Un contar que conlleva una imagen invisible, imperceptible pero venida a la mente a través de cada una de sus construcciones. Una construcción que se concretiza en la pantalla en cada una de las voces que relatan, en el director que las graba y en lx espectadxr que se mueve entre aquello que escucha con aquello que ve.
Un texto fílmico y sonoro que se mueve entre ficciones, practicidades, realidades e ideales con soltura pero, a la vez, con complejidad.
Una complejidad que no reside en la imagen ni en lo que se relata sino en la combinación de ambas a la vez. Una commbinación conectada por el fluir. Justamente ese fluir de palabras junto a imágenes de personas que relatan en cualquier contexto. En todos los contextos.
El primer largometraje de Pablo García Canga rompe la relación directa entre imagen y sonido en el cine para resignificarla, con maestría, haciendo que lx espectadorx cree su propio relato. Un relato que para cada unx se verá muy diferente, haciendo del propio visionado de ‘Las tierras del cielo’ una historia que contar, algo que relatar.