Un día cualquiera, después de desayunar con su mujer Maureen (Penelope Wilton), va a recoger el correo al buzón. Entre las facturas que recibe, una carta de una vieja amiga que le dice que está ingresada en un hospital enferma terminal. Decide contestar, decirle lo que siente y el apoyo que le brinda en estos últimos momentos y, al llevar la contestación a la oficina de correos, Harold Fry (Jim Broadbent) siente el repentino impulso de decírselo en persona, de echarse a andar hasta encontrar, en aquel hospital, a su vieja amiga del trabajo. Cruza, de punta a punta Gran Bretaña, en ‘The unlikely pilgrimage of Harold Fry’.
Una peregrinación que lo distancia de su vida diaria, rutinaria. Una rutina instalada en los suburbios, después de haber trabajado toda su vida en una fábrica y con una pensión que a duras penas le llega para terminar el mes.
Unos meses que acaba recorriendo, a pie, Inglaterra dándose cuenta de la distancia existente entre su mujer y él, el pasado que lo tiene asfixiado y no lo suelta —ni él quiere hacerlo— y lo difícil que le resulta soltar y soltarse.
Un soltar que se le vuelve en contra cuando un grupo de aficionados a su ‘causa’ —una causa muy particular, propia— decide seguirle en su caminata para apoyar a ese anciano que, para ellxs, hace una proeza.
Proeza que realmente le alcanzará cuando llegue al punto de destino, al hospital, a ver a su amiga. Una amiga que, aunque viva, ya descansa en paz. Paz que Harold, en aquel pueblo del norte de Gran Bretaña, consigue cuando habla con su mujer, cuando lidian con el pasado de ambos, con su hijo, cuando acortan las distancias.
Hettie MacDonald realiza una walk-movie desde una premisa simple y previsible que alcanza unas profundidades inesperadas. Con una actuación de Penelope Wilton excelente, la última obra de la directora —basada en la novela homónima de Rachel Joyce— expresa la necesidad de perdonarnos a nosotrxs mismxs desde un modo sutil y mundando.