Sincronía. Una secuencia de movimientos perfectamente enlazados. Unos bailarines y bailarinas. Una liturgia armonizada por Cerrone. Un universo perfecto, y orgulloso de serlo, bañado con un caos imperante; con una sangría.
Un grupo. Una colectividad. Unas personas reunidas por su profesión: bailar. Unos movimientos que se adueñan de los cuerpos en el espacio para significar un todo. Pero primero, conocemos las partes; las personas que hay detrás. Qué piensan de las drogas. Qué piensan del amor. Qué piensan sobre el significado de la vida —si es que lo tiene—. Qué piensan de la religión. Pero de lo que no reflexionan es de la posesión de esos cuerpos, los suyos, sobre esa colectividad.
Esa colectividad bañada con sangría. Bañada con LSD. Bañada, al fin y al cabo, con el temor a que, al final, dicha colectividad esté más presente en ti que tú mismo. Eso es como llegar a un’Clímax’ que, por ende, no corresponde al individuo. Corresponde a la vivencia en colectividad del ser y el modo en que ésta nos forma como constructo social de ‘el otro’.
Emile Durkheim definía la religión, no como un conjunto de ideas en sí, más bien como un modelo de comunidad basado en unos estados de opinión seguido por unas acciones que no tienen otro fin que crear un sentimiento colectivo; una comunidad unida, así, por unos comportamientos pares dictaminados por unas razones ulteriores.
El baile es una religión; es una forma de colectividad, de unir acciones individuales, movidas por unas ideas, en un todo. Pero, también, es una manera de que ese todo aprehenda sentido, aprehenda autónomamente y que se adueñe de las partes.
Es así como lo individual se pone en sincronía con lo colectivo y, lo colectivo, acaba gobernando sobre el individuo sin que éste sepa realmente diferenciar lo uno de lo otro. ‘Clímax’ es la creación del universo; unas partes unidas que eclosionan en lo comunitario y, lo comunitario dueño de ellxs, eclosiona en unas partes movidas por la autodefensa de su propio ‘yo’.
Gaspar Noé nos lo muestra. Nos enseña las partes, nos enseña una liturgia bailesca, y nos enseña el modo en que el todo aprehende el sentido por encima de lo individual. Nos enseña que ‘vivir es una imposibilidad colectiva’ debido a la nula sincronía de las partes con el todo en cuanto a motivaciones ulteriores. También nos muestra que ‘morir es una experiencia extraordinaria’, puesto que lo hacemos individualmente y de la cual no conocemos nada certero, sólo la aprehendemos como colectividad.
Bienvenidos a esta obra audiovisual, a esta liturgia de la que forman parte, a un viaje alucinógeno, a una revelación para el individuo y una muestra de lo colectivo inserto en ello, bienvenidos a un posesión, a un ‘clímax’ necesario para verlo todo con claridad. Bienvenidos.
Nadie nunca me había dado la bienvenida a la vida, menos a mis 22.
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