‘THRILLER, EN GRYM FILM’ O CÓMO HACER UN CULTO A LA VENGANZA

Culturizar la venganza, algo que nos devuelve un poco de nosotrxs mismxs. O, por lo menos, Reconforta nuestro ego, dentro de un mundo donde la lucha entre estos es un ente primordial para algunos. Ente primordial en cuanto vivimos en un mundo cada vez más injusto y, detrás de la venganza, se esconde la palabra justícia. Justicia individual.

Frigga (Christina Lindberg), una chica muda que trabaja en una granja cuidando los animales en ésta. Al realizar su jornada laboral, va a coger el bus para regresar a casa perdiéndolo por unos segundos. Al poco, se acerca un hombre, Tony (Heinz Hopf), que la ofrece llevarla. Primero la invita a cenar y después la lleva a su casa. Allí, la chica se despierta tras unos días: ha sido inyectada varias veces con heroina y obligada a ejercer la prostitución. 

Cuando intenta rebelarse, Tony la castiga severamente, hasta que un día puede escapar y, al llegar a casa, descubre que sus padres han fallecido. Es entonces cuando decide vengarse de los que han abusado de ella, de su cuerpo y de su silencio. Decide entrenarse en artes marciales y hacerse con un buen arsenal de armas. Decide ser justa.

Años 1970. La segunda ola del feminismo ya no aboga solamente por las dificultades legales que sufren las mujeres, sino que se centran en las desigualdades no institucionalizadas y que también las oprimen. Unas desigualdades vividas, aún a día de hoy, en la cotidianidad, lo que las hace más graves aún. Como Frigga (Christina Lindberg), oprimida por la mirada furtiva y sexualizadora hacia ella de su jefe en la granja. Oprimida por los clientes cuando abusan de su cuerpo; de ella. Oprimida cuando Tony la castiga física y mentalmente.

Pero el culto a la venganza inclina la balanza hacia ella, hacia devolver toda esa opresión sufrida, a cámara lenta, utilizando las artes marciales, y con muchas balas. Un culto, el de la venganza, que llega para equilibrar su verdad, la de Frigga. Llega para devolverle una cotidianidad que le han robado, desde que, siendo una niña, abusaron de ella sexualmente y se quedó muda. 

Bo Arne Vibenius nos adentra en un universo silencioso, no con muchas palabras, con unos primeros planos de violencia hacia Rigga angustiantes y con unas imágenes de venganza a cámara lenta en las que, cómo espectadorxs, somos capaces de recrearnos en ellas. Una ‘Coffy’ versión sueca donde la figura de la mujer dentro del cuerpo social es, aunque puesta en sociedad es discriminada y abusada, una heroina. Un film de referencia del exploitation sueco prohibido en muchos países. Pero es que a veces, lo prohibido, es lo mejor.

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