28 de Noviembre. Regresar. Después de cinco años, esparcir las cenizas de una amiga que murió. De la falsa estabilidad a la rutina de tu pueblo natal en la Patagonia. Emilia (Antonella Saldico) trabaja como psiquiatra en Buenos Aires con su pareja, su piso, sus rutinas. Rutinas que debe abandonar por un periodo corto de tiempo que, en 28 de Noviembre —en su origen—, le harán cuestionarse la vida, la muerte, el amor, el rencor y el punto vital en el que ella se encuentra. Un punto donde ‘la muerte no existe y el amor tampoco’.
Origen, el de Emilia (Antonella Saldico), envuelto en unos contextos puros, blancos, insólitos en contraste con una familia biológica disfuncional y una familia por elección —la familia de su difunta amiga Andrea— acogedora y cálida cuando lo que hay fuera, ya sea anímica o paisajísticamente, no acompaña.
Un acompañamiento que en 28 de Noviembre la llevará de vuelta al pasado. Un pasado que no guarda ninguna relación con las perspectivas de él cuando lo habitaba asiduamente. Unas perspectivas, las actuales creadas en Buenos Aires, que llevan a Emilia (Antonella Saldico) a cuestionar la muerte como punto y final y a entenderla como un punto y seguido. Punto y seguido siempre y cuando una se lo presente como tal.
Un punto y seguido que Julian (Agustín Sullivan) le enseña a reprender verso el amor. Un amor espaciado del amor romántico donde, en nuestra contemporaneidad, la dictaminación de lo individual no tiene cabida con la concepción del siglo XX.
Fernando Salem nos evoca en un 28 de Noviembre con un personaje presente pero invisible para nuestros ojos: el entorno insólito, blanco y puro. Un entorno que dictamina la disolución de lo estable —en este caso el paisaje—, con lo soluble —el contexto de Emilia (Antonella Saldico)—. Un contraste invisible y presente, a la vez, para el/la espectadorx.
‘La muerte no existe y el amor tampoco’ es, como dice la madre de Andrea, esas ‘cosas que uno no termina de entender del todo’ pero que, por suerte, están ahí.